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Sobre la vida y la muerte
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Dada la singularidad del ser humano y las ventajas que le son conferidas para su liberación espiritual, la santidad de la vida humana es puesta en tensión en las enseñanzas budistas. Cada vida humana, sin excepción, es sacra.
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Quisiera empezar haciendo algunos comentarios respecto a la actitud budista frente a la pregunta fundamental de la vida y la muerte. A pesar de la extendida propagación de las enseñanzas budistas en Occidente, en los últimos 50 años, un número de equivocaciones con respecto a éstas permanece. Una de las más desafortunadas es la tendencia a percibir en el budismo una religión de indiferencia, que no da suficiente importancia a la santidad de la vida humana. En esta presentación del budismo, se piensa que todo lo malo que le pasa a la gente es parte de su karma; en otras palabras, que todo está predestinado, que es merecido, que es una culpa propia. El budismo cree, se sostiene, que la persona sabia debe simplemente aceptar la labor del karma y permanecer calmada e indiferente. Quizá algo de esto nos suene familiar; sin embargo, no es todo el pensamiento de Buda. Es un punto de vista que representa equivocadamente la naturaleza del karma y la sabia relación que Buda nos alienta a desarrollar con éste. Fatalismo y pasividad no son enseñanzas budistas. Cómo respondemos a las experiencias es también karma.
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En muchas ocasiones, Buda dejó en claro que consideraba el nacimiento en el reino humano como algo maravilloso. Él dijo, »Monjes, es una gran ganancia, es una inmensa y buena fortuna nacer como ser humano«. ¿Por qué? Bueno, primero, debido a la gran dificultad para alcanzar un nacimiento y, segundo, a las únicas ventajas que el nacimiento humano provee para la realización de la ilustración. En uno de sus más gráficos símiles, Buda describe un pequeño aro de madera flotando en medio del gran océano, sobre la superficie donde cada cientos de años una tortuga ciega emerge. Buda compara las posibilidades de que la tortuga ciega emerja exactamente en el sitio donde el aro de madera está flotando, que su cabeza pase a través del aro, como el excedente de aquellos seres que vagando a través de varios reinos de la existencia logra nacer como humano. Dada la singularidad del ser humano y las ventajas que le son conferidas para su liberación espiritual, la santidad de la vida humana es puesta en tensión en las enseñanzas budistas. Cada vida humana, sin excepción, es sacra.
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La humanidad común
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En el budismo, somos alentados a morar en aquellas verdades que ennoblecen el alma. Una de éstas es nuestra humanidad común. Aprendemos a reflejar las cosas que nos mantienen juntos más que las que nos separan. Por supuesto, las diferencias entre cada uno de nosotros, – aun de aquellos nacidos en el mismo país o en la misma ciudad – son considerables. Pero si nosotros nos concentramos en las cosas que nos separan, entonces éstas parecen más y más reales y desesperamos tratando de encontrar paz y armonía en nuestra vida junto a otros en este mundo. Buda nos alienta a considerar que todos somos compañeros en este planeta: compañeros de nacimiento, compañeros de vejez, compañeros en la enfermedad, compañeros en la muerte.
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Nosotros observamos a nuestro alrededor el deseo humano de escapar del dolor de la inseguridad a través de la identificación con un grupo o un sistema de creencias, para sentir lo correcto, lo especial o lo elegido. Es claro también cómo este deseo alimenta la exageración de la ética, la religión o las diferencias políticas y engendra muchos de los innecesarios conflictos en este mundo. Nos aferramos a las cosas firmemente, a pesar de que constantemente nos decepcionan. Mucha gente se siente segura sólo manteniendo sus ojos firmemente cerrados. Y el remedio es, simplemente, detenerse y mirar más de cerca – más devota y menos dogmáticamente – nuestra naturaleza humana. Antes que seamos caucásicos, asiáticos o africanos; antes que seamos budistas, cristianos o musulmanes; somos vulnerables, seres mortales. Es una vieja verdad que todos nosotros somos una gran familia humana, pero una familia que encierra una invitación a la transformación del camino en que dirigimos nuestras vidas. No estoy abogando aquí por la aceptación superficial de un cliché, sino porque trabajemos duro, con una mayor y profunda perspicacia dentro de la verdad que yace tras las palabras. Será imposible conducir a todos en este mundo a ver las cosas en un solo sentido. Afortunadamente esto no es ni necesario ni tampoco deseable. Lo que es necesario, quisiera sugerir, es intentar hacer el difícil viaje de la vida humana con una humildad, íntegra y enfáticamente, basada en la sabiduría.
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Sabiduría, reflexión y educación
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Buda de pie
(detalle)
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El conocimiento de sí mismo es alabado por todas las religiones. El problema es, por supuesto, cómo desarrollarlo. El sendero budista es un sendero de sabiduría y reflexión y se distingue por su énfasis en la necesidad de una educación comprensiva del camino de nuestras vidas. A diferencia de la mayoría de los animales, que después de algunas horas pueden valerse por sí mismos, los seres humanos son, por muchos años, dependientes de sus padres y maestros para sobrevivir y socializar. Este largo período de dependencia es una característica definitiva del ser humano; nosotros devenimos completamente humanos a través de la educación más que del instinto. Visto de manera positiva, esta verdad demuestra nuestra básica educabilidad. Ésta es una desgarbada palabra que probablemente no exista, pero no importa. Lo que estoy intentando señalar aquí es la maravillosa capacidad innata que nosotros tenemos de aprender y cambiar hacia un camino benéfico. El budismo enseña a usar esta capacidad a plenitud. Extiende el concepto de educación para cubrir aspectos de nuestras vidas – la forma como nos relacionamos con el mundo material, la forma como establecemos nuestras relaciones con la gente a nuestro alrededor y la sociedad en que vivimos, la forma como nos conducimos en nuestra vida interior –; y esto abarca la educación de nuestra vida moral, intelectual, emocional y espiritual.
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El budismo considera la búsqueda de una comprensión directa y experimental con la condición humana como el corazón de la vida espiritual. Emplea un vasto conjunto de diestros significados y formas de reflexión sobre la vida, de las cuales la gente de otras tradiciones religiosas o, en realidad, gente sin tradición religiosa, se beneficiaría. Mientras más profundo es el entendimiento de nuestra existencia como seres humanos, más protegidos estamos por la ciega identificación con estrechas categorías, ya sean sociales, éticas o religiosas. Todos los seres humanos tenemos la capacidad para reflexionar sobre la experiencia, para aprender de ella. Cualquiera sea la religión que profesemos, podemos, por ejemplo, ver el efecto en nuestra mente del fuerte apego de las ideas de nosotros y de ellos. Teístas, ateístas, politeístas son igualmente capaces de observar cómo y qué información absorbemos desde nuestro entorno; cómo interpretamos aquella información y cómo la expresamos nosotros mismos en nuestras acciones y palabras. Nosotros podemos empezar a notar nuestra tendencia a creer en las etiquetas que pegamos en las cosas, y en qué tan fuertes y negativas son las emociones condicionadas por aquellas creencias.
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Como budistas, nos dedicamos a aprender cómo mantener la claridad de la mente, esencial compasión e inteligencia, como un constante refugio interno. No es muy difícil ser claro sobre asuntos que no nos afectan personalmente o sobre aquellos que no nos provocan fuertes sentimientos. El verdadero desafío es estar despierto en medio de un huracán – cuando estamos heridos, traicionados, enojados o atemorizados. Claridad de la mente significa que cuando las cosas se vuelven ásperas, nosotros aún podemos recibir la bendición de los principios que sostenemos. La claridad interna es la tierra sobre la que la dignidad y el sentido de la vida pueden crecer. Un refugio interno no se da fácilmente. Sólo puede estar dado en un serio compromiso con la educación en la vida, con un entrenamiento de la forma en que nosotros vivimos interna y externamente. Las enseñanzas budistas son observadas entonces, de manera sumaria, no como dogmas para ser creídos (o rechazados), sino como herramientas para ser usadas. Usamos las enseñanzas para comprendernos a nosotros mismos y nuestras experiencias en la vida, para comprender a otros pueblos y el mundo en que vivimos. Entonces, basándonos en lo que comprendemos, buscamos crear tan auténtica felicidad y beneficios para nosotros y los demás utilizando estas herramientas.
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No establecido »mal«
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Es muy fácil señalar como seres malos a la gente que hace cosas terribles y quizá casi tan fácil asumir que, porque nosotros encontramos los actos malos repugnantes, nosotros somos buenos. Sin embargo, cuando miramos más de cerca, observamos que según nuestros temores, la llamada »gente mala«, algunas veces actúa bien y la »gente buena«, en ocasiones, actúa cruelmente. No hay una entidad fija, »la persona mala«, que es mala 24 horas al día, 365 días al año. De forma similar – aparte de los completamente seres iluminados – no hay una intransformable persona buena. Se es según causa; la más constructiva respuesta al sufrimiento que el ser humano infringe sobre el otro es, seguramente, buscar comprender e influir en los factores que condicionan el incremento y el cese del bien y del mal en la mente humana. Armado con este conocimiento, quizá nosotros miraríamos las formas de reducir el poder del mal donde sea que crezca, sin importar si esté en el grupo de gente que consideramos como ellos o en el grupo de gente que consideramos como nosotros. Al mismo tiempo, debemos de estar constantemente atentos para desarrollar y permitir aquellas cualidades – ambas dentro del grupo que consideramos como ellos y del grupo que consideramos como nosotros – que son buenas, sabias y compasivas. Aunque nuestra más apremiante tarea, porque nadie más hace esto por nosotros, es mirar dentro de nuestros propios corazones.
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»Los que imaginan lo no esencial como esencial y lo esencial como no esencial, debido a tan equivocado juicio nunca llegan a lo Esencial.«
Dhammapada
(Verso 11)
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Aquí, el acercamiento al entorno del ser pudiera parecer idealista y, en efecto, se trata de una estrategia de largo alcance. Pero aún en el corto tiempo, al manejar traumáticos eventos, son las personas quienes deben hacer el esfuerzo de entender las cualidades internas que purifican la mente y aquéllas que la perjudican, aquéllas que son capaces de madurar, de responder constructivamente. Por supuesto, cuando un gran error ha sido cometido en el ámbito nacional, los gobiernos se ven envueltos. Pero en una sociedad donde la gente ha sido educada para mirar en la naturaleza del miedo, la inseguridad, la rabia, el deseo de venganza y saber con claridad por qué se originan, más que creer en ellos ciegamente, quizá pude esperarse que en cada nivel la inteligencia y la compasión tienen más probabilidades de prevalecer. En cierto grado, el budismo es optimista sobre la humanidad. Es un optimismo que tiene como base una fuerte creencia en la innata capacidad humana de abandonar el mal, de desarrollar las cualidades buenas y de purificar nuestros corazones.
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Violencia, educación y moralidad
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Habrá siempre actos de violencia y crueldad en la sociedad humana. Lo que nosotros podemos hacer es intentar minimizar las causas y las condiciones que los acrecientan y maximizar las condiciones para que la bondad y la empatía florezcan. Esto es necesario en un nivel psicológico individual y, también, en el nivel de la organización social y económica. Todas las cosas ocurren como una función de causas y condiciones. Es parte de nuestras habilidades investigar y descubrir las causas y condiciones que existen bajo el fenómeno y adaptar nuestro comportamiento de forma sabia. Aquí descansa nuestra esperanza para el futuro.
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Me gustaría hablar un poco más acerca de este punto, sobre la visión budista del gran alcance de la educación, que ya he mencionado antes. Ésta inicia con una conducta moral. En el budismo, las enseñanzas de la moralidad difieren algo de las religiones teístas. No se considera que los estándares morales han sido transmitidos por Dios a la raza humana a través de profetas; estos no son conocidos por el estudio de la sagrada escritura. En el budismo, consideramos la moralidad o inmoralidad de un acto dependiendo de la voluntad del actor. Si la volición tras un acto es acompañada de codicia, odio, engaño, en cualquiera de sus formas, entonces el acto es inevitablemente inmoral. Si, por otra parte, la voluntad está incontaminada de codicia, odio, engaño, (por ejemplo, si es generosa, noble, inteligente), entonces el acto es moral. Nosotros no encontramos justificación a cualquier acto de violencia contra otro ser humano. Cualesquiera que sea la provocación, los budistas están orgullosos del factum de que ninguna guerra se ha hecho en nombre de nuestra religión. Ciertamente, los budistas han conocido guerras – y crueles –, pero nunca han podido justificarlas en el campo religioso. Nunca ha habido jihads o cruzadas budistas; la guerra es siempre incorrecta. El deseo de venganza es considerado inmoral e inmaduro.
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Enlazar la moralidad a la voluntad tiene ciertas implicaciones. Significa que para ser consistentemente moral necesitamos educarnos sobre la voluntad, no en abstracto como un ejercicio intelectual, sino en el presente concreto, como la manifestación misma de nuestra experiencia. El papel central jugado por la voluntad exige que se desarrolle el poder de la introspección, de la honestidad, de la buena voluntad y la habilidad para ver claramente en nuestra mente. Necesitamos desarrollar esta forma de educación para extender aquello que no racionalizamos, nuestras grietas y temores, aquello que es imposible que descanse en nuestro ser como acostumbrado a hacerlo. En respuesta a una situación dolorosa, por ejemplo, nosotros tenemos que observar en qué dimensión somos afectados por el deseo de justicia y en qué medida por el de venganza. ¿Es la ira presente, justicia en sí misma, miedo? ¿Son éstas sanas o insanas cualidades de la mente en las que se puede confiar o no? Moralidad aquí, entonces, no es cuestión de seguir un número de reglas o comandos, sino el uso de preceptos como herramientas de las que se debe estar claramente consciente, y ser responsable de los motivos detrás de nuestras acciones.
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Entrenamiento triplicado
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Una persona educada, en el sentido budista, no es solamente alguien que puede pensar racional y analíticamente, sino alguien que también puede, en las ocasiones necesarias, dejar completamente de pensar.
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Aunque el entrenamiento en el budismo demanda una cierta cantidad de conocimientos, esto no es la totalidad del entrenamiento. Hay también prácticas específicas, una de las cuales provee de un marco dentro del cual se orientan las dificultades o dilemas que enfrentamos en nuestras vidas. El entrenamiento moral es la base. Éste envuelve, en primer lugar, la inteligente adopción de estándares de conducta respecto al mundo exterior y, particularmente, a otros seres humanos. Aprendemos cómo ser conscientes de ellos en la vida diaria y conducirlos a compartir nuestro comportamiento. Éste es el nivel de entrenamiento que vemos como central en la autodisciplina.
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Sin embargo, la autodisciplina está muy lejos de ser la panacea de todos nuestros males. No podemos decidir no enojarnos como un acto de voluntad, no podemos decidir no sentirnos vengativos, no podemos decidir no tener emociones. Si nosotros empleamos mal la autodisciplina entonces creamos las condiciones de culpa y represión. Las emociones son una parte natural de nuestras vidas. Tenemos que entenderlas. Algunas emociones deben de ser cultivadas, otras no. En nuestros jardines distinguimos entre la mala hierba y las flores. A pesar de que nosotros removemos la mala hierba, no consideramos nuestro jardín funesto por tenerla. Así, el primer principio para entrenar las emociones y los estados mentales es que la fuerza no trabaje; inteligencia, sinceridad y paciencia deben hacerlo. Pronto, el segundo paso puede ser visto: la habilidad para abandonar las insanas cualidades en nuestras mentes y estimular la cualidad sana que será condicionada para una gran extensión, por nuestra habilidad para enfocar y concentrar nuestra mente. Este aspecto de la cultura mental ha sido descuidado en el mundo occidental por muchos siglos. Una persona educada, en el sentido budista, no es solamente alguien que puede pensar racional y analíticamente, sino alguien que también puede, en las ocasiones necesarias, dejar completamente de pensar.
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La ausencia de pensamiento no significa un quedarse en blanco. Hay un estado que no es ni el del sueño, ni el del pensamiento – y es la fuente de la creatividad. Es el estado donde, en lugar de los usuales y trillados pensamientos que sacuden la misma y vieja huella golpeada, nuevas percepciones pueden crecer. La mente en paz – la mente que está libre de la locura efusiva del pensamiento – tiene muchas opciones; pero la mente que está limitada a una emoción particular, el pensamiento, a un particular camino de ver las cosas, tiene menos. La mente, que está limitada a estados mentales, tiende a percibir las cosas con un corte claro, negro y blanco, y frecuentemente simplifica la complejidad de las situaciones; y así reacciona hacia los caminos habituales. La mente que puede suprimir los procesos habituales del pensamiento resiste el ímpetu del pensamiento y la emoción y realmente tiene acceso a muchas más opciones y caminos.
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Un maestro budista dijo una vez que en la tradición occidental la respuesta a los problemas es »no sólo te sientes allá, haz algo«, mientras el camino oriental o budista es »no sólo hagas algo, siéntate allá«. Por supuesto, esta es una generalización y hay un lugar para ambas respuestas, la quietud y el movimiento. Pero la insistencia budista es simplemente que la acción más constructiva brota de la quietud. La reflexión más sabia toma en consideración no solamente nuestro propio e inmediato interés o el interés por nuestro particular grupo o nación; si no también tiene en mente el interés de nuestros hijos, de los hijos de nuestros hijos y de muchas generaciones en el futuro que aún no han nacido. Esta clase de pensamiento demanda la habilidad de dar un paso atrás de nuestros más inmediatos apegos. Esto depende de la cultura mental, del desarrollo mental.
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Un maestro budista dijo una vez que en la tradición occidental la respuesta a los problemas es »no sólo te sientes allá, haz algo«, mientras el camino oriental o budista es »no sólo hagas algo, siéntate allá«.
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El tercer aspecto de este entrenamiento es el entrenamiento de la sabiduría y la comprensión, enseñar a la gente cómo ver realmente nuestras acciones y sus consecuencias, intentando entender las situaciones más claramente. Al inicio ello significa contemplar los más simples hechos de la vida, los cuales tendemos a pasar por alto, en particular la naturaleza del cambio. Los cambios quizá son lentos, metódicos, esperados, bienvenidos, pero quizá también son frecuentemente sorpresivos, inesperados y no bienvenidos. Es un indiscutible hecho que cada uno de nosotros, más tarde o más temprano, tendrá que ser separado de aquellos a quien ama. Esto es algo en lo que no nos gusta pensar. Pero, más temprano o más tarde, vamos a separarnos de nuestros parientes, de aquellos que nosotros amamos, de nuestros hijos. Si nosotros no morimos antes, ellos morirán antes que nosotros. Puesto en tales términos quizá suene franco y cruel, pero es la verdad. Y mientras más rehusamos o intentamos prevenirnos de reflexionar sobre dichos temas, más débiles nos volvemos y más devastados estamos cuando los cambios ocurren de una inesperada y traumática forma, como algunas veces pasa.
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Buda nos estimula a ser estudiantes del cambio y a entender su naturaleza. Nosotros debemos de observar el cambio, mirar la incertidumbre, mirar la inseguridad cara a cara todos los días. La vida es insegura. No hay real seguridad en un mundo cambiante y una desesperada búsqueda de una irrealista seguridad solamente va a depararnos tensión y dolor. Debe haber un punto donde creemos las condiciones para la seguridad lo mejor que podamos, pero humildemente, conociendo el hecho de que en última instancia no tenemos defensa contra lo incierto y contra el cambio. No tenemos derechos. Nosotros podemos y debemos crear convenciones sobre derechos humanos y es importante que tales derechos sean vigorosamente sostenidos en la sociedad humana. Sin embargo, en última instancia, nosotros no tenemos derechos para nada, excepto para la forma en que somos: hemos nacido, envejecemos, enfermamos y morimos. Debemos de ser pacientes y, de buena voluntad, persistir contra la veta de la autoindulgencia, mirando una y otra vez la forma en que las cosas son; educándonos sobre aquellas cosas que iluminan y clarifican nuestras mentes; aquellas actitudes, aquellos pensamientos, aquellas emociones que nublan y brutalizan nuestras mentes. Mientras más hacemos este trabajo, más claro es que tenemos una opción en la que el camino que queremos se encuentra, ya sea el camino de la oscuridad o el camino de la luz.
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Educación budista y no-violencia
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En suma, el budismo cree que la paz y la no-violencia son posibles donde sea que los seres humanos deseen hacer uso de la capacidad de aprendizaje y transformación que poseemos. La implicación es que mientras más claramente es nuestra comprensión de la condición humana, más crece nuestra devoción por la no-violencia; y mientras más entrenamos nuestro cuerpo, discurso y mente, somos más capaces de sostener esta devoción a través de los desafíos de nuestra vida diaria.
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En el verso de Itipiso, cantado diariamente por todo el mundo budista, Buda es venerado por ser vijjā-carana sampanno, »perfecto en su visión y conducta«. Esta hermosa frase expresa uno de los primeros principios del budismo Theravada: la pureza espiritual está inevitablemente acompañada de la pureza de la conducta. En nuestras relaciones con el mundo en que vivimos, es sin dañar que nosotros encontramos pruebas de autenticidad de la perspicacia meditativa. En el Ovada Pātimokka, Buda dice »No es un verdadero monje quien daña a otro, ni una verdadera renuncia la que oprime a otros«. ¿Por qué es que no dañar es considerado como una contundente medida de madurez espiritual? Porque la persona verdaderamente sabia, al haber visto la ficción de los distintos poseedores independientes de la experiencia, siente ilimitada compasión por toda vida.
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Buda docente
(detalle)
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Pero las enseñanzas budistas son un »entrenamiento gradual«. Para empezar, necesitamos establecer la no-violencia como un ideal y una meta hacia donde ir. Una persona que tiene una aceptación intelectual de la no-violencia como un principio guía, debe estar acompañada de un sincero asentimiento emocional que llamamos fe. Cuando tenemos una fuerte confianza en que la no-agresividad es una adecuada meta para nuestras vidas y que somos capaces de lograrla, entonces encontramos que la voluntad crece naturalmente dentro de nosotros. En el estado inicial de esta educación, el o la estudiante se entrena para tener presente la volición y busca abstenerse de actuar sobre las voliciones que conducen a dañarse a sí mismo o a otros. La tendencia a actuar con violencia, el hábito de esta actitud, es, así, gradualmente socavado; al mismo tiempo la tendencia y el hábito a no actuar violentamente son reforzados y – particularmente si es combinada con regular meditación sobre el amor a la bondad (mettā) – deviene una »segunda naturaleza«.
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Pero, sin embargo, la no-violencia no puede ser considerada por dada: es todavía un fenómeno condicionado. Si un estudiante deviene complaciente y descuida su entrenamiento, viejos hábitos, quizá por sorpresa, se reafirman por sí mismos. Inesperadamente confrontado con esto, por ejemplo, la amenaza de la separación de un objeto o de un fuerte cariño, es cuando un irresistible deseo arremete ciegamente. Supuesto por el estudiante como una cosa ya pasada, podría emerger como un monstruo de las profundidades. Esto es sin duda un signo de que el entrenamiento es fútil o una prueba del pecado original; más simplemente, de que el trabajo está por hacerse. Aquí, nuevamente, la fe en la meta y la habilidad para entender que ésta es el principal refugio. El sendero para establecer la no-violencia en el corazón es largo y está lleno de reveses. No obstante, el diligente y perseverante estudiante empieza a ver la violencia como una opción cada vez menos seria para tratar con el dolor del deseo frustrado.
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Aunque el logro divino a través de una continua práctica de la mente, la paciencia y la sabia reflexión es admirable, es sólo una »entrada al río« (sotapatti); el primer nivel de ilustración, que en un salto cuántico ocurre en la conciencia. El que entra en el río por una avanzada introspección en la naturaleza del cuerpo y la mente, no solamente deviene sin esfuerzos no-violento, sino que él o ella es ahora, de hecho, incapaz de actuar violentamente. Y esta profunda incapacidad es, además, una liberación de la violencia que es irreversible. Sutiles huellas de la voluntad enferma permanecen en quienes entran en el río de la mente, pero son completamente eliminadas en el tercer nivel de ilustración, el estado anagami. En el más alto nivel es imposible por siempre que el impulso mental a la violencia alcance la mente. Desde el punto de vista budista ésta es la verdadera no-violencia. Por supuesto, muy poca gente, aun en los monasterios budistas, logra tal estado exaltado, pero hay suficientes para ser testigos del potencial que todos tenemos dentro de nosotros.
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El papel del Sangha
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El acercamiento de Buda a la violencia en la sociedad fue, primeramente, para educar a la gente sobre esto: las causas y condiciones – interiores y exteriores – que nos conducen a la violencia; las estructuras sociales para ser desarrolladas y los estados mentales que deben de ser cultivados para disminuir la violencia tanto como sea posible. Él alienta a la gente a reflexionar sobre las sombrías consecuencias de la violencia individual y social y sobre la belleza y nobleza de la no-violencia y el perdón. Una de las funciones del orden monacal que estableció fue ser una comunidad ejemplar, distinguida por confiar en el mutuo respecto, la satisfacción, la bondad y la compasión. Ver a un gran número de hombres jóvenes – usualmente el más beligerante grupo en una sociedad – uniéndose en el Sangha desde diferentes formaciones y castas y aun así viviendo juntos en armonía fue una poderosa lección para todos aquellos que presentan el conflicto social como natural e inevitable.
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»Esta mente voluble e inestable, tan difícil de gobernar, la endereza el sabio como el arquero la flecha.«
Dhammapada
(Verso 33)
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El Sangha puede actuar como un modelo comunitario para una sociedad más amplia, es la adhesión voluntaria de sus miembros a la disciplina monacal o Vinaya y uno de sus principios fundamentales es la no-violencia. Las reglas de entrenamiento que prohíben varios tipos de agresión contra otros humanos, animales y la vida vegetal son ampliamente alcanzadas. No crear, deliberadamente, miedo o ansiedad en otro monje es una de las más serias reglas. Naturalmente, la más seria ofensa es la del asesinato. Pero un monje, si sus palabras son graves, puede quizá someterse a una expulsión, simplemente por alentar o hablar a favor del aborto o la eutanasia. Un monje no tocaría ninguna clase de arma. No tiene permitido ver a un ejercito en batalla, ni en un desfile. Así, dada la elevada posición ofrecida al Sangha en una sociedad budista, la no-violencia deviene un ideal para todos, incluyendo aquellos laicos budistas que todavía no se sienten capaces de conservarla en sus propias vidas. En Tailandia, el país budista con el que yo estoy más familiarizado, la violencia ocurre y la ausencia de una cultura de venganza y castigo es, obviamente, aparente. La inmoralidad es común, mientras que la amoralidad sigue siendo rara. Escándalos sexuales o financieros que envuelven a monjes, siguen provocando fuertes sentimientos, porque cómo ellos viven sus vidas afecta a todos.
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En el caso de Tailandia, con el rápido crecimiento de la economía han aparecido los acostumbrados efectos de deterioro en la vida familiar, en las estructuras sociales y en las formas de cultura. Algunos habitantes urbanos tienen una relación con el monasterio similar a la que sus padres y ancestros disfrutaron. Los budistas laicos están más y más alienados del Sangha. Pero, finalmente, hay espacio para algún optimismo. Hace dos años, como parte de un programa en curso de reforma educativa, el gobierno decidió requerir a las escuelas especializarse en una categoría particular. Una categoría añadida, casi como última instancia, fue la de la »escuela budista«. Desafiando todas las expectativas, 14,000 de las 30,000 escuelas públicas en el país declararon su interés por convertirse en una escuela budista. Qué significado tendría esto no es completamente claro. Sin embargo, un principio acordado es que la nómina debe tener el triple entrenamiento (tisikkhā), integrado a la educación de la conducta, del corazón (incluyendo lo que en estos días se conoce como cociente emocional) y de la facultad de la sabiduría. El orden monacal tiene que tener más participación que en ningún otro período ya que la educación tradicional ofrecida por los monasterios fue suplantada por el modelo Occidental. La no-violencia es un ideal y las afectivas y cognitivas herramientas para hacer esto realidad en la vida de la gente parecen listas para recibir un oportuno estímulo, por lo menos en Tailandia. Hay obstáculos en el camino pero su desarrollo constituye, me parece, una luz brillante parpadeando en la oscuridad.
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