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El mito de la razón

1 Muchas corrientes dentro de la filosofía occidental moderna se han esforzado por desterrar desde su centro, al menos verbalmente, los fenómenos espirituales, místicos, religiosos y experiencias semejantes y, parece, prescindiendo de excepciones, que han tenido éxito. »La actividad filosófica debe fundarse únicamente en la razón«, éste es el dictum que se objeta a todos aquellos que no sólo se remiten a un discurso racionalista.
»Ninguna cultura únicamente ha sido racional. Lo mismo es el caso en la filosofía. La habla del mito al logos es una habla que la razón misma ha inventado.«

Ram Adhar Mall
(Essays zur inter-
kulturellen Philosophie
.
Nordhausen 2003, 87)
2 La política de muchos países – la mayoría de ellos de manera poco matizada, y sin embargo tanto más patética – ha unido su voz a este himno de la razón. Ha excluído de él todo tono de religiosidad ajena como disonancia, sin embargo, lo ha orquestado, a la vez, con la supuesta eufonía de la propia religión, por ejemplo con aquella de los valores del Occidente cristiano, convertidos últimamente en la religión civilizada de los derechos humanos.
3 Parece ser una constante histórica que las convicciones religiosas y conceptuales juegan un papel insignificante en este carrusel ideológico resultante; antes bien, son los intereses políticos y económicos vigorosos los que le dan el tono.
4 Las consecuencias de la alianza »insanta« del poder, o de la saña impotente, con la doctrina religiosa están siendo igualmente desastrosas. La certeza de tener la verdad de su lado justifica cualquier medio para alcanzar cualquier objetivo. También en eso hay que plantear la cuestión de qué rol desempeña la referencia a las convicciones religiosas. No será fácil de distinguir al cínico (que instrumentaliza la religión para su interés de poder) del fanático (que cree en la religión instrumentalizada).
5 Ante estos abismos de odio despreciador del ser humano, por un lado, y de egoísmo no menos inhumano, por otro lado, ¿cómo será entonces posible la comprensión? ¿Existe alguna posibilidad siquiera? ¿En qué criterios podrá apoyarse la interrogación crítica? ¿En cuáles la acción responsable? La respuesta que han dado muchos planteamientos distintos (no sólo) de la filosofía occidental a lo largo de su historia es tentadora: con base en la razón.
6 Pero hay un peligro que se puede ramificar en cinco aspectos, a saber:
7 Primero, es un ejercicio frecuente, ante la violencia causada por motivos religiosos, descartar la religión en sí como monstruo irracional, con lo cual ya no tiene lugar ni en política ni en filosofía. Así se estiman fenómenos como característicos de una determinada religión que la mayoría de sus mismos miembros rechazan.
8 Segundo, la referencia única a la razón ignora a la realidad histórica de múltiples otras formas en la busqueda humana por comprensión y sabiduría, como se practican en los ámbitos, y por cierto también dentro de la misma filosofía occidental, que el Occidente ha llamado religiosos. Por consiguiente, es su propia tradición la que se ve parcialmente negada por la filosofía occidental así como niega muchas tradiciones del pensamiento no europeo.
»Se olvida siempre o se descuida el propio mythos y, después de todo, mythos y logos viven juntos. El diálogo de las religiones, si es verdaderamente vivo, no puede dejar el mythos fuera del diálogo.«

Raimon Panikkar
(El diálogo indispensable. Paz entre las religiones.
Barcelona 2001, 66)
9 Tercero, el enfoque de la modernidad en la filosofía como un proyecto meramente racional queda ciego frente al propio mito acerca justamente de esta racionalidad, ya que ésta misma – esto será un asunto controvertido – no se puede fundamentar racionalmente.
10 Cuarto, la mediación intersubjetiva de las convicciones no se debe equiparar a las convicciones mismas. Las convicciones que no proceden de la reflexión racional, sino de la intuición, la inspiración, la meditación o la autoridad religiosa sí se pueden explicitar racionalmente. Se tratará de otra forma de racionalidad que, sin embargo, no dejará ser racional.
11 Quinto, finalmente, la distinción entre la religión y la filosofía en muchas culturas históricamente ni se ha hecho ni es conceptualmente realizable. Por lo tanto, queda incomprensible y carece de sentido a la luz de la propia cultura.
12 Como consecuencia, la filosofía debería volver a una nueva vieja modestia. Así como Pitágoras, según la tradición, no quería adjudicarse el calificativo de sophos, sabio, y se denominaba más modestamente philosophos, amigo de la sabiduría; así, hoy tampoco, debemos pensarnos poseedores de ella y de los medios para expresarla. Nada más se trata de nuestro propio mito, el mito de la razón, un mito entre otros. Más bien deberíamos ejercitarnos en estimarla lo que, por ende, siempre conllevará a la vez el aprecio de otra sabiduría y de otro buscador y amigo de ella. La sabiduría tiene muchas caras pues, y una de ellas se muestra en el buscar y hallar religiosos.
13 La integración del pensamiento religioso resulta ser entonces un imperativo de la filosofía intercultural. Esto no debe confundirse con la propuesta de una armonía romántica, de una especie de danza de amor espiritual; muy al contrario, el filosofar vivaz se realizará precisamente en la divergencia crítica de las posiciones y actitudes, sin embargo, siempre con respeto fundamental al otro y con apertura principal a lo otro. En la conciencia de la propia relatividad y del caracter mítico de la propia razón surge el espacio para el mito del otro.
14 Para muchos será una empresa difícil, en la búsqueda común de sabiduría (quizás también de verdad), no responder con un encogimiento agnóstico de hombros a la comprensión brotada de una experiencia espiritual, al argumento justificado por una autoridad religiosa o al ejercicio de la meditación a fin de liberarse del pensar. Sin embargo, quien se queda ante estas situaciones en la perplejidad de la razón »pura« terminará el diálogo antes de que haya comenzado. No se encuentra a la altura de las exigencias que el diálogo intercultural tiene.
15 Cuán urgente es éste en política así como filosofía, y precisamente en el contexto de las convicciones religiosas y conceptuales, nos muestran diariamente de nuevo los acontecimientos en este mundo: terror, guerra y violencia en nombre de la religión y de valores absolutos. Es sólo en el diálogo con el otro donde nos enteramos de nuestros propios mitos y el otro de los suyos. Sólo si la razón religiosa no queda excluída, se verá desafiada por la crítica. El diálogo crítico por sí solo no podrá impedir la violencia cotidiana, ni en lo público ni en lo privado, pero podrá poner en duda su legimitación. Y, aparte de todas cuestiones políticas, el diálogo podrá abrir nuevos mundos.

Bertold Bernreuter

polylog. Foro para filosofía intercultural 4 (2003).
Online: http://them.polylog.org/4/edit-es.htm
ISSN 1616-2943
Autor: Bertold Bernreuter, Munich (Alemania)
© 2003 Autor & polylog e.V.
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